A los pasos de la gente parecen
comérselos los ruidos de tanques que se mueven como monstruos del desierto
cerca del Río Bravo. Ignorando los puentes fronterizos, cruzan la frontera
diariamente, van y vienen. Ellos no muestran visa láser ni permisos temporales. Son monstruos de un color pardo,
sus panzas enormes de acero parecen tragar gente cuando avanzan sobre
formaciones casi indefensas de compas
que buscan salvar lo que les queda; sólo la tierra y el polvo que los abraza
cuando mueren debajo de las orugas o acribillados por las implacables ametralladoras
M2 que disparan desde las torretas de
los tanques sin reparo sobre todos.
Los tanques Abrams cruzan diariamente el río buscando aplacar a las masas de
indigentes que en desorden se amontonan para buscar cruzar el puente. De una
manera casi instintiva buscan el otro lado de la frontera como si esta aún
guardará algún lugar para tenerlos y alimentarlos. Se equivocan, el sueño ha
terminado.
Los yanquis sufren sus dolencias como todos. Su economía colapsa
rápidamente ya sin mercados ni financiamiento barato a su enorme deuda. Ven al
sur como un peligro de un caos que se propaga y que día a día, de forma
paradójica, abona a la organización de un pueblo siempre maltratado por la
historia y sus vecinos ricos del norte...
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