Abro los ojos cansado y aturdido, no
alcanzo a recordar. Mi mirada se resbala entre una espesa penumbra que me
envuelve, ¿qué ha pasado?. Me levanto entre trozos de papeles de olor viejo,
toco mi rostro, mi mano, mi muñeca. Siento mi reloj, lo miro y alcanzo a
distinguir las manecillas que aún brillan. Son las dos de la mañana, me muevo
pesadamente y me incorporo.
Algo me ha pasado y no lo entiendo,
escucho, trato de encontrar un ruido, algún sonido que me oriente en este pozo
de penumbras pero todo está en silencio... angustiado grito que me salven;
mientras corro por entre pasillos y escaleras en penumbra, mi pie se atora en
algo y me derrumbo en un rincón; la base de un cirio viejo me ha servido de
tropiezo, lo tomo torpemente, pesa demasiado.
Por un momento pareciera estar
luchando con su peso que parece arrebatarlo de mis brazos. Me detengo en mi
afán del que busca al asesino de sus días y lo suelto de mis manos, decido no
luchar y sin más cae la base rodando contra el muro. Me quedo tendido sobre una
losa fría, sin tener ninguna pista. Cierro los ojos mientras dejo que mis manos
se aprieten contra el pecho diciéndome a mí mismo una y otra vez que quisiera
despertar... sin conseguirlo.
Decido esperar a que mi reloj indique
con sus manecillas que son las tres y media de la mañana, acuerdo conmigo mismo
que si aún nadie me escucha comenzare a gritar de nuevo. Pasan los minutos
alargándose de un silencio a otro. No soporto, las paredes y la noche me
aprisionan... no lo pienso mas, he decidido no esperar y grito como un loco.
Solo escucho como cae cada uno de mis gritos rodando por las escaleras sin que
nadie escuche ni se acerque... Comienzo a caminar de nuevo.
El edificio luce muy viejo, detrás de
la penumbra puedo ver que es una momia de cantera, quizá mas viejo que todas
las casas que se alinean afuera en el callejón donde encontré esta puerta.
¿Cómo es que llegue aquí?, no siento haber perdido el sentido en todo este
tiempo, sin embargo algo he perdido. Los minutos se han hecho eternos y sigo
sin saber por que me encierran entre estas veinticuatro paredes color sucio;
las he contado todas, una a una, y no atino a recordar que hice antes de
encerrarme en este castillo oscuro color a grasa parda y vieja, con residuos de
velas y cirios que parecieran no alumbrar desde hace siglos.
¿Encontré la puerta anoche, ayer,
hoy?... no sé. Estaba solo y caminaba lentamente sobre los adoquines sucios
color verde sin un rumbo definido. La tarde era fresca con un viento helado
soplando del norte y confirmando que estábamos ya en la tercera semana del
otoño. Mire la puerta de reojo, algo hizo a mis ojos detenerse en sus detalles
y como una oscura red de sueños esta capturo mi atención poco a poco, casi sin darme
cuenta me detuve.
El cerrojo lucia viejo, una boca de
león que ya colgaba sólo de un tornillo y que no guardaba nada, o al menos eso
se podía ver a través de la grieta que atravesaba la madera vieja donde alguna
vez estuvo la cerradura de la puerta. La abrí poco a poco, dudando que valiera
la pena asomarme dentro de un cajón de escombros y recuerdos para algún dueño
desconocido. La oscuridad no era profunda, algo extraño brillo dentro, cerca de
un muro, alcance a ver algo que se
desplazaba mientras dudaba entre soltar el frágil cerrojo o sostenerlo unos
minutos más.
Ahora no sé qué pasa, si estoy solo o
preso, o quizá... muerto. Caminaré hacia el frente una vez más, algo brilla
tenuemente, quizá es un cirio como el
que encontré hace unas horas en el cuarto grande. Me acerco lentamente
para levantar del suelo un metal viejo que aun brilla, parece oro, una pieza
que se ha roto y se ha caído... es de la base de un cirio, como el otro. Miro
al techo y solo encuentro un color viejo como todo, no hay marcas no hay
señales que me nombren algo... Nuevamente me derrumbo sobre el muro enorme, me
parece casi eterno... ¿Qué hacer?... son las tres de la mañana; mi reloj da la
hora todavía, las tres de la mañana; debo estar vivo si aún existe cada hora.
La marcha de segundos me exaspera, me
hunde y me regala los rincones de la habitación
del trozo, como he decidido llamarla resignado a quizá no salir de este
lugar en mucho tiempo. La habitación se encuentra vacía con sólo mis gestos en
la penumbra llenándola de algo que se mueva. Grito nuevamente...
¡¡Sálvenme!!... no hay respuesta, hasta el eco se han tragado los rincones de el castillo, agrego un nombre nuevo a
los rincones.
El
Castillo no
responde y ahora que lo pienso quizá seria mejor que no responda, en un lugar
sin ventanas y con las sombras apretadas entre cada uno de los muros quién
sabría de mí, la puerta podría abrirse nuevamente y dejar dentro a dos cabezas
sin más pistas que encontrarse el uno al otro.
No atino a discernir que podría ser
peor, hundirme solo en la penumbra o encontrarme atado de un espejo. Ser el
confirmado rehén del otro y ya no solo de un enjambre de paredes. Son las tres con cinco minutos y dejo la habitación del trozo, me dirijo a las
escaleras, hasta ahora me doy cuenta que son las mas angostas que he visto y
caminado en mi vida, comienzo a descender lentamente buscando no quedar varado
en un torrente de escalones cada vez más reducidos. El fondo aparece al fin y
parece más oscuro, desciendo más hasta encontrarme un cuarto amplio con paredes
que escasamente se distinguen, todo es mas negro entre estos muros, levanto la
mirada y encuentro algo, pende del techo estático y sombrío, vagamente lo
distingo.
Me muevo lentamente en derredor de esa
sombra pendiendo desde el techo, a momentos parece que flotara, trato de
acercarme más para tocarla pero el brazo no me alcanza. Solo me queda pararme
justo debajo y percatarme ya sin gran sorpresa que es un cirio con su base
sobre el techo.
La vela aparenta estar ya muy gastada
y la base del cirio parece ser dorada como el otro que he encontrado. Pero
pende de algo y no me explico que hace este ahí, colgando de un techo... ¿o
seré yo el que pende boca abajo? Me espanto unos instantes, siento un vértigo
que me recorre el cuerpo, tiemblo un poco pensando que el techo sea ya el piso
y el piso el techo y me desplome. Pero no, estoy de pie y a alguien, no sé a
quién; le gustan los cirios instalados sobre el techo; por un momento resbalo y
me doy cuenta que hay charcos de cera seca sobre el piso.
Es una costra grande y resbalosa. Me
dan ganas de gritar nuevamente, pero ahora el
castillo comienza a despertar un miedo más profundo que intentaba no
escuchar en mis adentros. Decido caminar hacia mi izquierda, puedo ver que se
dibuja el marco que desemboca en la
habitación contigua y me dispongo a entrar en ella. Me sorprendo, aquí abrí los ojos cuando entre y caí en este
sueño de silencios, lo se por el olor a papel viejo. Las mismas cuatro paredes
que conté con mi mirada y sin fijarme en nada mas que en las entradas y salidas
interrumpiendo cada muro y su continuidad callada e imponente. Pero ahora el
número de muros que me atrapan ya lo se y quizá ya no me importan...
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