La puerta que supongo era la entrada
no aparece en ningún lado, el cerrojo hacia la calle se ha esfumado. Me
revuelvo en la habitación con los dedos de mi mano buscando al león viejo en cada palmo de pared, en cada sombra. Mis manos me
responden; es cierto, se ha ido solo el león
viejo a andar el mundo sin pensar que estoy adentro. Miro al piso tapizado
de papeles y descubro nuevas cosas, sobre mi cabeza parecen entrar una luz
parda que combate a cada sombra sin gran éxito. Dirijo mi mirada al piso y los
papeles, sólo me queda buscar algo en ellos que me diga que es este lugar
oscuro y aparentemente sin salida.
Me inclino sobre los papeles pardos
esparcidos por el piso, son cientos de hojas sueltas con caligrafías extrañas
que no atino a comprender. Centro mi vista en cada línea escrita, pero todo
parece inútil. Poco a poco me doy cuenta que todo ha sido escrito en un idioma
muy extraño. Tomo uno y otro y otro papel del piso invadido por las ansias de
encontrar algo que lo explique todo. No parece haber vocales en su extraño
idioma, muchas letras se repiten diez o veinte veces en sólo dos palabras.
Imposible pronunciarlas; no comprendo,
mientras siento que la noche marcha
hacia otra hora; miro el reloj, por un momento no distingo lo que dice, mis
ojos se han cansado de leer en tan profunda penumbra, pero al cabo de un
momento puedo distinguir la hora nuevamente. Son las tres y media, ahogo un
grito en mi laringe. He decido no gritar mas, debo estar callado y pensar en
soluciones. Pero no aparecen y me hundo más en la penumbra. Ahora sé que tengo
miedo que algo escuche, la penumbra y las paredes cada vez parecen pesar más en
torno mío, empiezan a cerrar el cerco en
torno a cada paso y movimiento que yo haga. Mis oídos tienen miedo. Quiero no
escuchar pero no puedo.
El tiempo marcha paso a paso
escarbando en cada hora y derramando los minutos. Ahora escucho... no estoy
solo, han dado las cuatro y media en mi reloj. Me he escondido en la escalera y
solo espero que no suba. Todo fue un relámpago de voces, de sombras
desprendidas de los cirios. La habitación pequeña en la planta baja se ilumino
un segundo, vi la luz sucia que encendía paredes y rincones. Quise correr al
lado opuesto pero un momento de terror me lo ha impedido.
Escucho esa voz que no me nombra, solo
gime y lanza al aire enjambres roncos de
notas planas en una sonata de decrépitos oboes. Todo se ha helado por un
momento, mis piernas sin respuesta se recogen hacia el muro, el ruido se
convierte en un sonido sordo, casi negro que se trepa a las paredes
desprendiendo las entrañas de el castillo
que se vierten a la noche en una lluvia de crujidos y penumbras blanquecinas
que me cubren poco a poco.
El tiempo se detiene en mi reloj y no
recuerdo ni me encuentro entre las sombras. Busco correr pero el espacio se
detiene y se concentra en las paredes dejándome temblando en un peldaño. Los
pasos de “eso” caen pesados sobre el piso elevando un ruido sordo mientras un
murmullo escalofriante los escolta.
A cada paso que se acerca me pregunto
si estoy vivo todavía... mi pecho se estremece frente a un ente sin colores ni
facciones, empuña un cirio y una guadaña que roza el techo. Pienso en la noche
y en los colores. En cada paso que no he encontrado fuera de esta penumbra. Me
mira un poco. No veo sus ojos. Solo dos noches ya sin estrellas. Temblando
estiro mis brazos hacia la noche. Siento
un frio espeso viciando el aire. Miro mis manos, me recojo sobre el muro y así,
solo espero ya sin voz, ni nombre, ni las horas.