miércoles, 10 de agosto de 2016

Las Paredes - Parte II


La puerta que supongo era la entrada no aparece en ningún lado, el cerrojo hacia la calle se ha esfumado. Me revuelvo en la habitación con los dedos de mi mano buscando al león viejo en cada palmo de  pared, en cada sombra. Mis manos me responden; es cierto, se ha ido solo el león viejo a andar el mundo sin pensar que estoy adentro. Miro al piso tapizado de papeles y descubro nuevas cosas, sobre mi cabeza parecen entrar una luz parda que combate a cada sombra sin gran éxito. Dirijo mi mirada al piso y los papeles, sólo me queda buscar algo en ellos que me diga que es este lugar oscuro y aparentemente sin salida.



Me inclino sobre los papeles pardos esparcidos por el piso, son cientos de hojas sueltas con caligrafías extrañas que no atino a comprender. Centro mi vista en cada línea escrita, pero todo parece inútil. Poco a poco me doy cuenta que todo ha sido escrito en un idioma muy extraño. Tomo uno y otro y otro papel del piso invadido por las ansias de encontrar algo que lo explique todo. No parece haber vocales en su extraño idioma, muchas letras se repiten diez o veinte veces en sólo dos palabras.



Imposible pronunciarlas; no comprendo, mientras siento que la noche  marcha hacia otra hora; miro el reloj, por un momento no distingo lo que dice, mis ojos se han cansado de leer en tan profunda penumbra, pero al cabo de un momento puedo distinguir la hora nuevamente. Son las tres y media, ahogo un grito en mi laringe. He decido no gritar mas, debo estar callado y pensar en soluciones. Pero no aparecen y me hundo más en la penumbra. Ahora sé que tengo miedo que algo escuche, la penumbra y las paredes cada vez parecen pesar más en torno mío, empiezan a  cerrar el cerco en torno a cada paso y movimiento que yo haga. Mis oídos tienen miedo. Quiero no escuchar pero no puedo.



El tiempo marcha paso a paso escarbando en cada hora y derramando los minutos. Ahora escucho... no estoy solo, han dado las cuatro y media en mi reloj. Me he escondido en la escalera y solo espero que no suba. Todo fue un relámpago de voces, de sombras desprendidas de los cirios. La habitación pequeña en la planta baja se ilumino un segundo, vi la luz sucia que encendía paredes y rincones. Quise correr al lado opuesto pero un momento de terror me lo ha impedido.



Escucho esa voz que no me nombra, solo gime y lanza  al aire enjambres roncos de notas planas en una sonata de decrépitos oboes. Todo se ha helado por un momento, mis piernas sin respuesta se recogen hacia el muro, el ruido se convierte en un sonido sordo, casi negro que se trepa a las paredes desprendiendo las entrañas de el castillo que se vierten a la noche en una lluvia de crujidos y penumbras blanquecinas que me cubren poco a poco.



El tiempo se detiene en mi reloj y no recuerdo ni me encuentro entre las sombras. Busco correr pero el espacio se detiene y se concentra en las paredes dejándome temblando en un peldaño. Los pasos de “eso” caen pesados sobre el piso elevando un ruido sordo mientras un murmullo escalofriante los escolta.



A cada paso que se acerca me pregunto si estoy vivo todavía... mi pecho se estremece frente a un ente sin colores ni facciones, empuña un cirio y una guadaña que roza el techo. Pienso en la noche y en los colores. En cada paso que no he encontrado fuera de esta penumbra. Me mira un poco. No veo sus ojos. Solo dos noches ya sin estrellas. Temblando estiro mis brazos hacia la noche.  Siento un frio espeso viciando el aire. Miro mis manos, me recojo sobre el muro y así, solo espero ya sin voz, ni nombre, ni las horas.


domingo, 7 de agosto de 2016

Las Paredes - Parte I


Abro los ojos cansado y aturdido, no alcanzo a recordar. Mi mirada se resbala entre una espesa penumbra que me envuelve, ¿qué ha pasado?. Me levanto entre trozos de papeles de olor viejo, toco mi rostro, mi mano, mi muñeca. Siento mi reloj, lo miro y alcanzo a distinguir las manecillas que aún brillan. Son las dos de la mañana, me muevo pesadamente y me incorporo.



Algo me ha pasado y no lo entiendo, escucho, trato de encontrar un ruido, algún sonido que me oriente en este pozo de penumbras pero todo está en silencio... angustiado grito que me salven; mientras corro por entre pasillos y escaleras en penumbra, mi pie se atora en algo y me derrumbo en un rincón; la base de un cirio viejo me ha servido de tropiezo, lo tomo torpemente, pesa demasiado.



Por un momento pareciera estar luchando con su peso que parece arrebatarlo de mis brazos. Me detengo en mi afán del que busca al asesino de sus días y lo suelto de mis manos, decido no luchar y sin más cae la base rodando contra el muro. Me quedo tendido sobre una losa fría, sin tener ninguna pista. Cierro los ojos mientras dejo que mis manos se aprieten contra el pecho diciéndome a mí mismo una y otra vez que quisiera despertar... sin conseguirlo.



Decido esperar a que mi reloj indique con sus manecillas que son las tres y media de la mañana, acuerdo conmigo mismo que si aún nadie me escucha comenzare a gritar de nuevo. Pasan los minutos alargándose de un silencio a otro. No soporto, las paredes y la noche me aprisionan... no lo pienso mas, he decidido no esperar y grito como un loco. Solo escucho como cae cada uno de mis gritos rodando por las escaleras sin que nadie escuche ni se acerque... Comienzo a caminar de nuevo.



El edificio luce muy viejo, detrás de la penumbra puedo ver que es una momia de cantera, quizá mas viejo que todas las casas que se alinean afuera en el callejón donde encontré esta puerta. ¿Cómo es que llegue aquí?, no siento haber perdido el sentido en todo este tiempo, sin embargo algo he perdido. Los minutos se han hecho eternos y sigo sin saber por que me encierran entre estas veinticuatro paredes color sucio; las he contado todas, una a una, y no atino a recordar que hice antes de encerrarme en este castillo oscuro color a grasa parda y vieja, con residuos de velas y cirios que parecieran no alumbrar desde hace siglos.



¿Encontré la puerta anoche, ayer, hoy?... no sé. Estaba solo y caminaba lentamente sobre los adoquines sucios color verde sin un rumbo definido. La tarde era fresca con un viento helado soplando del norte y confirmando que estábamos ya en la tercera semana del otoño. Mire la puerta de reojo, algo hizo a mis ojos detenerse en sus detalles y como una oscura red de sueños esta capturo mi atención poco a poco, casi sin darme cuenta me detuve.



El cerrojo lucia viejo, una boca de león que ya colgaba sólo de un tornillo y que no guardaba nada, o al menos eso se podía ver a través de la grieta que atravesaba la madera vieja donde alguna vez estuvo la cerradura de la puerta. La abrí poco a poco, dudando que valiera la pena asomarme dentro de un cajón de escombros y recuerdos para algún dueño desconocido. La oscuridad no era profunda, algo extraño brillo dentro, cerca de un muro,  alcance a ver algo que se desplazaba mientras dudaba entre soltar el frágil cerrojo o sostenerlo unos minutos más.



Ahora no sé qué pasa, si estoy solo o preso, o quizá... muerto. Caminaré hacia el frente una vez más, algo brilla tenuemente, quizá es un cirio como el  que encontré hace unas horas en el cuarto grande. Me acerco lentamente para levantar del suelo un metal viejo que aun brilla, parece oro, una pieza que se ha roto y se ha caído... es de la base de un cirio, como el otro. Miro al techo y solo encuentro un color viejo como todo, no hay marcas no hay señales que me nombren algo... Nuevamente me derrumbo sobre el muro enorme, me parece casi eterno... ¿Qué hacer?... son las tres de la mañana; mi reloj da la hora todavía, las tres de la mañana; debo estar vivo si aún existe cada hora.



La marcha de segundos me exaspera, me hunde y me regala los rincones de la habitación del trozo, como he decidido llamarla resignado a quizá no salir de este lugar en mucho tiempo. La habitación se encuentra vacía con sólo mis gestos en la penumbra llenándola de algo que se mueva. Grito nuevamente... ¡¡Sálvenme!!... no hay respuesta, hasta el eco se han tragado los rincones de el castillo, agrego un nombre nuevo a los rincones.



El Castillo no responde y ahora que lo pienso quizá seria mejor que no responda, en un lugar sin ventanas y con las sombras apretadas entre cada uno de los muros quién sabría de mí, la puerta podría abrirse nuevamente y dejar dentro a dos cabezas sin más pistas que encontrarse el uno al otro.



No atino a discernir que podría ser peor, hundirme solo en la penumbra o encontrarme atado de un espejo. Ser el confirmado rehén del otro y ya no solo de un enjambre de paredes.  Son las tres con cinco minutos y dejo la habitación del trozo, me dirijo a las escaleras, hasta ahora me doy cuenta que son las mas angostas que he visto y caminado en mi vida, comienzo a descender lentamente buscando no quedar varado en un torrente de escalones cada vez más reducidos. El fondo aparece al fin y parece más oscuro, desciendo más hasta encontrarme un cuarto amplio con paredes que escasamente se distinguen, todo es mas negro entre estos muros, levanto la mirada y encuentro algo, pende del techo estático y sombrío, vagamente lo distingo.



Me muevo lentamente en derredor de esa sombra pendiendo desde el techo, a momentos parece que flotara, trato de acercarme más para tocarla pero el brazo no me alcanza. Solo me queda pararme justo debajo y percatarme ya sin gran sorpresa que es un cirio con su base sobre el techo.


La vela aparenta estar ya muy gastada y la base del cirio parece ser dorada como el otro que he encontrado. Pero pende de algo y no me explico que hace este ahí, colgando de un techo... ¿o seré yo el que pende boca abajo? Me espanto unos instantes, siento un vértigo que me recorre el cuerpo, tiemblo un poco pensando que el techo sea ya el piso y el piso el techo y me desplome. Pero no, estoy de pie y a alguien, no sé a quién; le gustan los cirios instalados sobre el techo; por un momento resbalo y me doy cuenta que hay charcos de cera seca sobre el piso.


Es una costra grande y resbalosa. Me dan ganas de gritar nuevamente, pero ahora el castillo comienza a despertar un miedo más profundo que intentaba no escuchar en mis adentros. Decido caminar hacia mi izquierda, puedo ver que se dibuja el marco  que desemboca en la habitación contigua y me dispongo a entrar en ella. Me sorprendo,  aquí abrí los ojos cuando entre y caí en este sueño de silencios, lo se por el olor a papel viejo. Las mismas cuatro paredes que conté con mi mirada y sin fijarme en nada mas que en las entradas y salidas interrumpiendo cada muro y su continuidad callada e imponente. Pero ahora el número de muros que me atrapan ya lo se y quizá ya no me importan...

miércoles, 3 de agosto de 2016

AZUL CROMADO - Parte II


...

El calor comienza a sentirse algo pesado a pesar de ser temprano en el día. Lo malo es que eran diez mil pesos mas para que trajera aire y la verdad no complete. Así que me aguanto el bochorno que ya me esta haciendo sudar. Son casi las 9:00; lo veo en el reloj del tablero que cada minuto me pone más nervioso. El maldito tráfico es inmenso y parece que nada nos podrá salvar de llegar tarde a nuestros trabajos. Ya faltan solo diez minutos para las nueve y no alcanzo a ver siquiera la punta de la antena de radio del bancote ese de a lado donde nos depositan las quincenas.



Parece que comienza a avanzar el tráfico un poco más rápido, el trailer de enfrente se estremece cuando empieza a avanzar lentamente, enciendo el auto y todos nos movemos en un lento desfile de ansias y estrés a cien por hora. Son las nueve en punto y todo se ha detenido de nuevo. Ahora si, se acabo la fiesta y me pongo a sonar la bocina del auto como loco



 -¡¿de qué se trata cabrones!?, ¡ya se me paso la hora y me rebajan el día!



Pero por más que grito el tráfico permanece estático por varios minutos más. Miro por una de las ventanillas y compruebo que era cierto eso de que las mujeres hasta en el carro se maquillan... y se parece a Margarita la del segundo piso…

-¿que ya tendrá auto también?



Son las nueve con quince minutos y ya casi he perdido todas las esperanzas, el tráfico es lento aunque poco a poco comienzo a ver la antena del banco que se yergue como burlándose de todos... ella que no tiene que ir a ningún lado para trabajar.



-¡Cuarenta minutos tarde! ¡Y no hallo el pinche estacionamiento!... -se suponía que se entraba por Dolores pero no, ay que darle la vuelta a la glorieta y meterse por atrás. Me retraso otros quince minutos haciendo cola para entrar y así, en punto de las diez de la mañana estoy llegando al checador. No me decido si meter la tarjeta o no; ni modo, la introduzco en el reloj y lo peor terminó de suceder... un día menos de sueldo por retraso-



-¡¿y ahora como completo el pago de la tele?! -otra vez a pedirle prestado al payaso de Chacón que no se cansa de mirarme para abajo.-



-¿y la tenencia?... ¡no me acordaba de la tenencia!... -y un día menos de sueldo...y el trafical que se hace en las mañanas... ¿va a ser así todos los días?-



No he dejado de pensar toda la mañana en la tenencia, se me van pegando los minutos y las horas entre los dedos sin que pueda todavía tomar la carpeta con pendientes que me deja doña Estefa en las mañanas... el escritorio esta lleno de papeles y desde el cubículo de enfrente Martita se hace la que no me ha visto como siempre. Ya van dos informes que me llegan al escritorio y no acabo de encontrarme... voy a tener que pedirle prestado al pinche Domínguez... cómo se me fue a olvidar lo de la tenencia, todo por no fijarme bien en las letras chiquitas; ya ni modo de invitar a Martita hoy si ando todo desfalcado.



-Hola Toño, ¿que si es tuyo el auto azul cromado de allá abajo en el estacionamiento? ¿Ya firmaste lo de la mensualidad del cajón?

-¿Cajón? ¿Cuál cajón?”

-Pues el del estacionamiento, ¿a poco creías que era gratis Toño?



 Nunca había odiado tanto a doña Estefa, ni cuando me traía los informes del inventario a fin de mes con esa cara de “ya te quedaste hasta la madrugada Toñito”. ¡Me querían cobrar el mes entero del cajón!, pero ya estábamos a doce y no sabia los cientos de pesos que me iba a costar, si no mejor me quedo en la calle... aunque pensándolo bien los de las grúas siempre andan bien bravos y en una de esas se lo llevan, bueno si es que encuentro lugar en la calle donde estacionar el auto.



Quinientos pesos el mes de cajón de estacionamiento; salí del cajero apretando el dinero en el puño derecho y fui hasta la recepción donde se los di a don Joaquín con la más rabiosa resignación.



-y hubieran sido setecientos Toño, solo porque aquí trabajas y se portan cuates los del edificio... -ahora si a ver que como la semana que viene... ¡puras pinches quesadillas!-



 Son las cinco y media de la tarde y se supone que ya me debía haber ido, no se ni para que me abre quedado hasta tarde, como si alguien aparte del checador se fijara. El camino al estacionamiento es un paseo sombrío junto a mis deudas y mis dudas. Martita ya se fue desde hace rato con Domínguez y ni cuenta de mi auto azul cromado se ha de haber dado.



-Como le voy a pedir dinero prestado a ese cabrón de Domínguez, mejor se lo pido a otro y me ahorro la balconeada con Martita.



El estacionamiento esta casi solo, ahí en un rincón esta mi auto nuevo color azul cromado, estático y esperando. Abro la puerta quitando la alarma, lo enciendo y me dirijo a la salida. Apenas han pisado la calle las llantas delanteras del auto y ya puedo ver la larga línea de autos y camiones esperando cada uno llegar a sus destinos, puedo escuchar el sonido de las bocinas aturdiendo sin piedad a todo oído que se cruza en su camino, la gente a bordo de sus vehículos ni se peina, ni escucha, ni se mueve, ni trabaja, solo mira al frente en un día cualquiera que regresan de un trabajo como todos. Los veo callado y aprieto el acelerador preguntándome cuantas veces se ira repetir esta escena los viernes por la tarde. Es de noche, estoy harto del reggeton en la radio y aún no llego a casa.